sábado, 4 de septiembre de 2010

Completamente apardalados

Ron.

Tímidos acordes de guitarra.

Luz tenue.

Un piso de soltero.

Dos años más que contar. En la mesa, un libro: Completamente viernes, de Luis García Montero.

Dos jovenzuelos que antaño habían compartido sus noches y ahora yo, algo indecisa y sorprendida por el curso de las coincidencias, avanzaba un poco más en mi búsqueda del placer. Él hacia gala de una despreocupación ya bien conocida, y me invitaba cada domingo a compartir con él una nochecilla bohemia.

Bajo la extrañeza que me provocaba ver una sucesión de casualidades durante tanto tiempo, los días me mostraban con sutileza que la vida puede dar giros extremos. Esos giros pueden empezar siendo un rollete de verano y terminar siendo el auge de una pasión desbordante, dos años después. Era cuestión de tiempo que nos volviésemos a encontrar.

Nuestra recaída fue una noche de verano, en un bar… jiji, jajá… ¡Uy! Voy al baño que me estoy haciendo pis. Me siguió.

Yo no puse ninguna pega, estaba claro.

Después de disfrutar del morbo que puede ofrecer el baño de un antro alternativo, volvimos a la barra bajo la atenta mirada de las camareras, que seguramente nos vieron y disfrutaron con nosotros. Con algo de envidia, quizás.

No terminó ahí. Fuimos directos a la playa. Eran casi las 5 de la mañana cuando entramos al agua desnudos y seguimos construyendo nuestra cadena de placeres. Cuando terminamos me acompañó a casa y entró conmigo al portal. En las primeras escaleras, esas que hay a la vista de todo el que pasa por la calle, volvimos a hacerlo sin parar.

Costes de aquella noche: unos calzoncillos de a saber qué marca y mi tanga de dibujos, que el susodicho me arrancó en la playa y dejó pastar por las aguas del mediterráneo. Espero que algún niño feliz se lo encontrara al día siguiente.

Un buen inicio para el despertar de una pasión que irremediablemente crecía cada vez más. Desde entonces, olvidando toda moralidad, follábamos por toda la casa. Él tenía poemas escritos en las paredes y me los iba susurrando al oído por cada rincón por el que pasábamos.

En la cocina, en el salón, en el baño… y en su terraza, con vistas de toda la ciudad y con una botella de ron al lado.

Son las ventajas de tener a un letrado bohemio de compañero. Te besa, te come, te susurra, te encanta. Son tiernos y morbosos al mismo tiempo. Mientras lo hacéis te dice:

- Me encanta follarte. Quiero follarte siempre, estemos con quien estemos.
- Hace dos años no follábamos.
- Hace dos años estábamos apardalados.











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